jueves, 8 de noviembre de 2012

Te veré luego

...Llegaba a tu casa, corriendo de día y aún así mis zapatillas se encendían con esas lucesitas que a los niños les llaman la atención cuando sus padres los llevan a comprar zapatitos para saltar alto y correr más fuerte. Corría cuan rápido podía a pesar de que era una distancia corta: de la reja del pasaje a la puerta de tu casa. Entraba diciendo enérgicamente ¡hooola! y solo salia mi tía a saludar con su típica tristeza, esa tristeza que lleva pegada a la piel. De todas formas su saludo era afectuoso, me daba un abrazo, me hacia cariño mientras me sacaba los rulos de la cara, me preguntaba como estaba, como me había portado, me preguntaba si es que estaba segura de que me había portado bien y me ofrecía un vaso de coca cola. Claro, tan agitada que venia yo corriendo, cualquiera pensaría que me desmayaba ahí mismo, pero era niña, y los niños son como una pelota de goma nueva. 
Me sentaba mientras me tomaba ese vasito de coca cola heladita a la temperatura justa mientras mi tía salía de la cocina con su tristeza, esta vez en su voz. Conversaba con mis papás y yo miraba para afuera, esperando, esperando...hasta que me impaciento y pregunto: "y el tata??" está trabajando mijita, anda en el camión, ya debe venir en camino. Y me imaginaba a ti, andando en ese camión naranjo, tan sonoro, y tan saltarín como una ranita que va de rama en rama. 
Y mientras hacía la hora, salía a correr con las lucecitas marcando el paso. hasta que de repente escuchaba ese motor, tan característico del mackaco. Pasaba el camión por afuera del pasaje y verlo tan grande, tan majestuoso...mientras yo miraba maravillada como lo estacionabas, ni que hubiera sido una bicicleta. El motor para de sonar y el sonido ahora era un portazo de una puerta de fierro. Y venias tu, caminando con las manos llenas de grasa, el pelo manoseado por el viento de la carretera y la camisa que había dejado su color blanco entre los engranes del camión. Tus ojos verdes que brillaban con la luz de media tarde y la piel morena y brillante. El andar decidido y firme, casi de milicia y el ceño fruncido.
Tataaaaa! corría yo de nuevo, con mis rulos volando detrás mio y ese ceño fruncido se relajaba. Taaaata!! gritaba yo eufórica y seguía corriendo hasta que llegaba a tu lado y sentía ese olor tan característico  ese olor de grasa y caucho, de sudor que a cualquiera le parecería asqueroso, pero era tu sello.
Te abrazaba y no alcanzaba ni siquiera a tocarte los hombros. Hola mijita! me decías... que corren rápido las zapatillas! y yo sonreía con la inocencia típica de una peqeña. 
Espéreme un poquito mija, esperece  esperece ..y entrabas. Hola Hola, hoola mijita, y saludabas a tus dos hijas: mi mamá y mi tía siempre triste. Hola Edino, como le va! Hooola Isha! y la levantabas dándole un besito. Hola loncho! como está!... esperece esperece, que me voy a lavar. Y con esas manos grandes y un jabón popeye el agua se iba resbalando por tu piel tostada cambiando el olor a camión por olor a ropa limpia. La espuma en vez de ser blanca, era grisácea  lavando y dejando atrás otro día de trabajo. "Córrase pa'lla mija, que le salta el agua cochina!"
Ya ahora si poh, así es la cosa. Y amorosamente volvías a saludarnos, a cada uno. Y en vez de sentarte ofrecías un cuanto hay.
Ya mija, iré a guardar el camión .. Quien va!? ...YOOOOOOOOOOOOOOOOO! gritábamos con mi hermana. Ya, tráigame esa ollita para los perritos del sitio. Y como si fuéramos chinitas, nos subíamos en ese mackaco, en ese camión tipo ranita a guardarlo. Y ya de vuelta a la casa, con el camión guardado, pasábamos a comprar pancito, y unas golosinas para nosotras.
Cuando tenía algún diente suelto tus manos gigantes se acercaban a mi boca y me decías, si no duele nada mijita, venga pa aca! y pium, como si el diente hubiera estado esperando tu tacto para salir.
Y mientras yo fui creciendo, las pilas de mis zapatillas con luces se gastaron, me quedaron chicas y yo cambie mis zapatillitas por tacones. Y así como paso el tiempo y yo crecí, pasó el tiempo para ti y envejeciste.
Te caiste del camión y Dios tuvo piedad de ti, no era tu tiempo y no era la forma, pero el tiempo no tuvo perdón y tiró todos sus años encima tuyo. Y yo ya no corría para saludarte, la ranita se guardó en su sitio y nunca más volvió a salir. Y tú de correr con paso firme pasaste a sentarte todo el día en el sillón esperando algún día salir en tu camión de nuevo.
Y el tiempo fue injusto, contigo y tus pies y la cama se convirtió en todo tu mundo. Ya postrado todos sabíamos que el camión también se quedaría guardado siempre. Tu piel se volvió blanca, y el olor a grasa no era más que un recuerdo. Los ojos verdes se fueron volviendo grisáceos y cada diente de tu boca fue despidiéndose de ti. Toda esa musculatura fuerte se fue consumiendo dejando la base de tus huesos fuertes.
Y yo ya no corría para ir a verte y tu ya no me abrazabas para saludarme. El pan y las golosinas eran parte del pasado, y yo ya había cambiado todos mis dientes de leche.
Dando por hecho de que estabas ahí, tranquilo, me fui un día a la universidad temprano. Aún no llegaba cuando recibí una llamada. "Hijita, tengo noticias del tata...él ... falleció" y solo callé. Te imaginé bajando del camión y yo corriendo a saludarte..."aló?" ...si mamita, estoy aquí. Y la ranita ya no saltaba más...
Sé que descansaste, y se que no estoy sola porque siempre estarás en mi corazón. Si al lugar que fuiste hubiera sido tan malo ya hubieras vuelto, pero no fue así.
De todas maneras, no puedo negar que te extrañaré. Espero que disfrutes del descanso y del fruto entero de tu vida, que estés con toda la gente que ha dejado este plano.
Yo ya no correré más para saludarte, las lucecitas se han apagado y el almacén del pan ya no atiende, pero el amor es algo que no tiene fecha de caducidad.
Gracias tata por vivir y entregar tu vida con amor. Hasta siempre

(perdón, querido lector, por las faltas gramaticales y ortográficas)